Por Oscar Bottasso*
La historia de la medicina es pródiga en anécdotas de colores cambiantes, pero pocas han suscitado una paleta tan variada como las de la sífilis; otrora designada la gran imitadora al simular muchas otras enfermedades. Antes de contar con pruebas específicas, el reto diagnóstico para esta dolencia estaba cabalmente ejemplificado en aquella expresión ''quien sabe sífilis a la perfección conoce toda la medicina''.
De no recibir tratamiento (circunstancia con un lamentable historial), la sífilis progresa a través de tres etapas de gravedad creciente, el chancro como primoinfección; el secundarismo en el cual puede constatarse fiebre, dolor de cabeza, lesiones en piel, boca, y adenopatías, entre otras. Finalmente, la implacable terciaria, con daños permanentes en el aparto cardiovascular y el sistema nervioso central.
Su ascenso a la primera plana de la medicina tuvo a lugar en el siglo XVI, cuando se produjo una suerte de internacionalización nosológica reflejada en los distintos nombres que recibió, todos ellos ligados a cuestiones de procedencia geográfica. Los franceses la llamaron la enfermedad napolitana. Para retribuirle el favor los italianos por su parte la bautizaron como el mal francés, mientras que en Portugal se hablaba de la enfermedad castellana. En la India y Japón, recibió el nombre de enfermedad portuguesa, aunque también se utilizaron otros motes como gran viruela, y lúes venérea. Parafraseando al Gran Tato, la culpa siempre la tiene el otro.
Independientemente de los asuntos territoriales, el nombre que llegó hasta nuestros días fue acuñado por Girolamo Fracastoro (14781553), un “vero dottore enciclopedico” versado en Medicina, Matemáticas, Astronomía, Geología, y la poesía. Inspirado como era, don Girolamo publicó en 1530 un poema en tres partes Syphilis sive morbus Gallicus y en el último de ellos se refiere a la historia del pastor Syphillus, quien adoraba a un rey mundano, y se ganó la maldición del dios sol. Para castigar a los hombres por tal blasfemia, el sol lanzó rayos mortales de la enfermedad a la tierra. Syphillus fue la primera víctima de la nueva peste, pero según la narrativa la aflicción se extendió rápidamente.
El análisis fino sobre los datos históricos acerca del origen de la sífilis es un fárrago de aquellos. Entre las especulaciones del mismo Fracastoro, sus contemporáneos, y colegas que posteriormente aportaron lo suyo, se conformó un escenario repleto de teorías, pero ninguna respuesta contundente. Algunos astrólogos de la época señalaron que el inicio de este flagelo venéreo se debía a una conjunción maligna entre Júpiter, Saturno y Marte ocurrida en 1485; la cual habría generado una ponzoña sutil que se fue extendiendo por todo el universo, Europa incluida. Por su parte la llamada teoría de Colón, apuntaba al Nuevo Mundo como aportante de una flora y fauna totalmente desconocida para los europeos, molestos de tener que colonizar con inconvenientes tan inoportunos. Desde esta visión, muchos médicos renacentistas afirmaron que la “gran viruela” había sido importada por don Cristóbal y sus tripulantes. El médico español Rodrigo Ruiz Díaz de Isla (1462 1542), podría haber sido el primero en señalar que los navegantes de las carabelas habían importado la sífilis a Europa. En un libro publicado en 1539, de Isla señaló haber tratado en 1493 a varios marineros con una enfermedad rara caracterizaba por lesiones en piel bastante repugnantes.
(…)
A las disparatadas interpretaciones en torno al surgimiento de la sífilis, los tratamientos instaurados también fueron objeto de una gran imaginativa. Fracastoro creía, que en sus inicios, la enfermedad podía ser curada por un régimen estrictamente controlado basado en la realización de ejercicios intensos causantes de sudores bien profusos. Producido el tocamiento visceral, la cura requería terapias tan agresivas como la enfermedad. En otro rapto de ensoñación, el amigo Girolamo narra la historia de Ilceus un joven que mata a un ciervo sagrado de Diana, ante lo cual su hermano Apolo lo castiga con una enfermedad.
Los dioses habían jurado que no se encontraría remedio para ella. La diosa Callirhoe se apiada del cazador y le enseña las bondades sanadoras de los metales. Ilceus (una versión posterior del escrito también incluye a Syphilus) viaja a una caverna en lo profundo de las entrañas de la tierra y allí es curado por las ninfas que lo sumergieron en un río de mercurio (Hg por Hydrargyrum). Dicho sea de paso, los médicos eran muy afectos a combinar el “argento vivo” con otros compuestos, por ejemplo el tocino, la trementina, el incienso, plomo y azufre.
*Investigador Superior del CONICET, Director del Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario (IDICER, CONICET/UNR) y Vicedirector del Centro Científico Tecnológico CONICET Rosario. La nota fue publicada originalmente en la Revista Médica de Rosario.