“El sistema inmune es un sistema de reconocimiento, que se va enterando de sus propias estructuras, en la medida que se va avanzando en la vida fetal. De esa manera irá logrando una educación, que en definitiva permite delimitar aquello ante lo cual no se debe reaccionar. Por tratarse de un sistema que defiende y ataca, uno podría homologarlo a un perro guardián a quien el dueño adiestra para que lo identifique y no lo agreda. Eso no implica, sin embargo, que algún día llegue a desconocer a su amo con todo lo que ello entraña” explica Bottasso.
Cuando una persona nace trae consigo un reordenamiento interno, donde se establecen las estructuras que son propias y deben ser protegidas por el sistema defensivo. “Pero después vienen las experiencias de vida, no hay otra, y en ese existir se atraviesan experiencias las cuales acarrean peligros y a partir de estos, daños físicos sea por infecciones, sustancias químicas, agentes físicos, y procesos psicológicos -que ahora estamos entendiendo un poco mejor. Muchas experiencias iniciales de la vida pueden traducirse en modificaciones epigenéticas que a su vez pueden cambiar el acervo genético, con que ya contamos. Este colectivo de componentes hereditarios, experiencias primarias y las que se suceden posteriormente, puede resultar, en algunos casos, en una suerte de disrupción de aquella orden: “contra esto no”, con lo cual se inicia un proceso que daña a las estructuras propias” señala el investigador.
El desarrollo de este “fenómeno autoinmune” no significa que la persona contraiga inmediata y/o irremediablemente una enfermedad autoinmune. Al respecto, Bottasso indica que la persona puede vivir con ese trastorno sin saberlo, porque no siempre hay síntomas. Ante un chequeo de análisis de laboratorio aparecen pistas o datos muy claros de que existe tal alteración. “¿Qué se puede hacer? Vigilar, controlar de cerca. Mal que nos pese, algunas de esas personas con el fenómeno autoinmune progresan hacia el desarrollo de una enfermedad de esta naturaleza. “Cuando se llega a ese punto se realizan una serie de estudios y se enfoca qué tipo de enfermedad se trata, pero ahí no contamos con medidas preventivas, es necesario tratar, para lo cual hay todo un arsenal de posibilidades terapéuticas que intentan detener, demorar, aminorar, el daño corporal” cuenta Bottasso.
Enfrentar al propio sistema de defensa
Para tratar las enfermedades con base inmunológica autoagresiva existen diversos tratamientos: anticuerpos monoclonales (llamados biológicos), glucucocorticoides, inmunosupresores y paralelamente procedimientos que intentan restituir el estado de tolerancia, es decir, que el sistema inmunológico del paciente reaprenda a tolerar lo que hizo previamente. “En este momento lo que más se usa es bloquear los mediadores inflamatorios y/o administrar antinflamatorios o inmunosupresores, con el objetivo de frenar la respuesta que daña al órgano por esa reacción inmuno-inflamatoria” cuenta Bottasso.
El componente psicológico
“Desde el campo de la neurocognición y la regulación neuroinmunoendocrina, existen investigaciones que hablan de una suerte de experiencias muy precoces, algunas en la madre durante el embarazo, y otras al niño en las primeras etapas de la vida, las cuales influyen sobre la base genética para que una función se de en más o en menos. Es este asunto “naturaleza versus crianza/educación” que los ingleses definieron como nature versus nurture, implica un juego de ambos elementos, que redefinen en buena medida lo que puede darse en los años posteriores.
En el trabajo en consultorio, Bottasso se encontró con ciertos pacientes con enfermedades autoinmunes, o infecciosas donde el cuadro clínico no encajaba en lo estrictamente orgánico, y que requerían de un abordaje interdisciplinario, con la participación, por ejemplo, de psicólogos. “Son esos casos en donde nos damos cuenta de que debemos repensarlo. Como dice Shakespeare, “Hay más cosas entre el cielo y la tierra, de lo que habla tu filosofía Horacio”. Lo bueno de la actitud científica es esa capacidad de preguntarse. A veces uno esta tentado de ignorarlo, negarlo, atribuirle una mera casualidad, pero es mucho mejor decidirse por intentar ver a qué se debe esto” señala el investigador y agrega “Esas cuestiones nos dan la pista de que el frente de guerra es más complejo, que no hay una sola estrategia. Así empezamos a inmiscuirnos en el tema de la neuroinmunoendocrinología, hace unos 25 años. Felizmente algunas cosas hoy están más claras”.
A partir de la diversidad de casos vistos en la consulta médica, Bottasso indica “Es necesario que las personas presten debida atención al malestar físico y al psicológico, porque no es una cuestión menor. Hay veces en que el problema comienza con un malestar emocional, psicológico, pero después se visualiza claramente la afectación orgánica y posteriormente la enfermedad autoinmune. En este sentido es bueno insistir que en autoinmunidad las causas son variadas, no se la puede atribuir a un solo factor”.
“En determinadas circunstancias al cuerpo no le queda más remedio que hablar con una tragedia, porque lo hemos tratado mal. Seguramente habrá dado señales que fueron desoídas, en buena medida a raíz de vertiginosa persecución del éxito de turno. El trabajo diario de reflexionar sobre uno mismo, sobre qué y cómo lo estamos haciendo, es absolutamente necesario. Hay que poder situarse desde afuera, para poder verse, pero eso resulta un tanto dificultoso en medio de tanto ruido de fondo”, acentúa el investigador.
El cuerpo hace su propio trabajo
“Debemos tener cuidado cuando se habla “de la cura para una enfermedad”, porque las victorias contundentes no son moneda corriente en Medicina. Más aún cuando del otro lado, el receptor del mensaje lo vive con un alto nivel de expectación. Mucho más conveniente es hablar de los tratamientos, con los que el médico “tratará” que el paciente revierta sus malestares. “Si la cura fuera una posibilidad cierta, el propietario será siempre el enfermo y no el médico”, señala Bottasso.
Al respecto, Bottasso trae a colación una reflexión de Hipócrates, médico de la Antigua Grecia, quien hablaba de la existencia de fuerzas curativas propias del organismo y señalaba que el médico debía ayudar a ese “poder curativo de la naturaleza” (vis medicatrix naturae) creando las condiciones más favorables para el proceso de curación. Los medios para favorecer este proceso eran físicos como psicológicos y en este sentido remarcaba que alma debía reposar y cobrar fuerzas mediante el consuelo y la esperanza.
Avances del IDICER
Dentro de las líneas de investigación radicadas en el IDICER el doctor Bottasso, y los grupos, que trabajan en dos enfermedades infecciosas con un claro componente inmunopatológico como la Tuberculosis y Enfermedad de Chagas, vienen llevando adelante desde hace más de 20 años estudios clínicos y experimentales, en la temática de la regulación neuroinmunoendócrina. Al respecto, están investigando cómo los productos generados durante la reacción inflamatoria afectan la síntesis y funcionamiento de hormonas muy relevantes elaboradas en la glándula suprarrenal, y el correlato que ello puede tener en cuanto al grado de compromiso orgánico e inmunológico. “De momento estamos abocados a caracterizar los mecanismos que subyacen en tales alteraciones, puesto que ello no sólo facilitará una mayor comprensión del fenómeno enfermedad, sino que también permitirá diseñar mediciones de laboratorio de valor pronóstico y eventualmente nuevas pautas de tratamiento coadyuvante”, indica Bottasso.
Por Ana Paradiso
CONICET Rosario